Durante las décadas de los 30s, 40s y 50s muchos migrantes llegaron a tierras argentinas. Entre las pertenencias que llevaron consigo, había plantas de té, diferentes varietales de Rusia, India, Sri Lanka, China, y Japón que convergieron en una misma zona: El norte de La Argentina, Misiones.
Durante la década de los 50, se comenzó a industrializar el té en Argentina con la llegada de maquinaria industrial para su procesado. El pequeño agricultor antes de este momento cosechaba y procesaba su té a mano y lo vendía directo al Mercado Central de Londres, pudiendo vivir de las ganancias durante el resto del año. A partir de la cada vez más rampante industrialización, a las familias se les inculcaba que tenían que cultivar el té, pero permitir que las grandes fábricas o ‘secaderos’ se encarguen del procesado, principalmente para hacer té en sobrecito/bolsita.
Ahora, dos generaciones después, ya nadie se acuerda cómo procesar té, y la venta masiva junto a la sobreproducción ha llevado el precio de la hoja de té cosechada con tractor a un centavo de dólar por kilogramo. Este precio les da pérdida neta a las familias que trabajan todo el año para cultivar el té, y ha hecho que muchos talen o arranquen sus teales para plantar cultivos más lucrativos como el tabaco, el maíz o la mandioca (yuca). Como es muy caro arrancar el té, muchas granjas han entrado en bancarrota, teniendo que vender sus terrenos a los únicos posibles compradores: las cinco grandes fábricas industriales multi-millonarias, quienes se están quedando con cada vez mayor proporción de tierra, y quienes a la vez exportan el té procesado en fannings y polvo para Coca Cola, Lipton y Twinings por muchos millones de dólares cada año. El agricultor que entra en la quiebra, vende su terreno por casi nada y se va a alguna ciudad grande a poner un pequeño local hasta morir de vejez, ya que los jóvenes ya abandonaron sus chacras hace muchos años en búsqueda de alguna profesión más lucrativa. De esta manera hubo una disminución del 20% de té producido del año 2017 hasta el 2020, por causa de erradicar las plantaciones de té.
La solución ofrecida por el gobierno es la de desarrollar cultivares de té clonal, no basados en mejorar la calidad del té, sino en que la planta crezca cada vez más rápido, para que esos pocos centavos de dólar se multipliquen para las familias. Son pocas las familias que aún conservan las plantaciones plantadas desde semilla seleccionada en los años 30, 40 y 50, cuyo crecimiento es lento, pero con una calidad de sabor y aroma muy superior en taza, algo que el té industrial valora mucho menos que la producción masiva. Sin embargo, cuanto más rápido reemplacen sus tés con los clones de brotación agresiva, más decae el precio del té para ellos.
Esta concentración de los terrenos y de la riqueza producida por el té en las manos de un pequeño oligopolio de fábricas industriales, con muchos políticos (ahora millonarios) cómplices a lo largo de los años, han hecho que el ‘oro verde’ de antaño se haya convertido en sentencia de quiebra para cada vez más descendientes de los inmigrantes colonos de la zona, quiénes vinieron de Polonia, Rusia, Alemania, Finlandia, Suecia, Ucrania, Japón y muchos otros países para buscar un mejor futuro. En fin, podríamos decir que el cultivo del té de parte de las familias de la zona, el pequeño productor, está en peligro de extinción, mientras que las familias de los dueños de las empresas grandes viajan por el mundo, juegan al golf al lado de sus campos cada vez más crecientes de té, y utilizan sus autos de carrera para correr frívolamente en la pista local de carreras, rodeados por barrios de extrema pobreza debido al desplazamiento de cada vez más trabajadores manuales por máquinas cada vez más grandes y eficientes. El uso de herbicida, pesticida y fertilizantes químicos es rampante, la tierra ha quedado devastada, y las células de las hojas de té que crecen bajo el sol misionero solo contienen amargor y mucho líquido, como si se compusiera de las lágrimas de los ‘ineficientes’ granjeros locales que fueron estratégicamente desterrados, como es el caso de muchas plantaciones de té en la actualidad.
Afortunadamente, siempre hay rebeldes que desafían la norma: La Familia Sand es un ejemplo de dicha rebeldía. Ellos desde un principio se rehusaron a talar sus árboles de té, vendiendo huevos de gallina, yerba mate, y miel para evitar que la granja caiga en bancarrota. Hoy en 2021, es una de las pocas familias que conservan bosques de té de semilla en el Norte de Argentina. En este momento están deseosos de aprender de grandes expertos cómo pueden mejorar sus procesos de elaboración de té para tener una simbiosis entre las tierras y los productores.
Ryan en compañía de sus socias en Argentina ha comenzado a apoyar a la Familia Sand y algunas otras familias en el Norte de la Argentina para desarrollar tés de calidad que hagan que América Latina aparezca en el mapa como un lugar de producción de té artesanal, respetando la tierra, logrando que sus productores tengan una mejor vida.
En 2022, liderados por Ryan, haremos una colaboración con otros países de América Latina para que bajo el conocimiento de Shunan Teng y su equipo de Tea Drunk, puedan transmitir las técnicas de los mejores tés de China y se comiencen a producir en Argentina.
Como fieles promotores de la sustentabilidad y buenas prácticas de agricultura, en Soy Té hemos decidido sumarnos a este proyecto y apoyar a las familias Argentinas con la esperanza de que eventualmente México también pueda levantar la mano con producción de té: Solo si es de manera sustentable, pues esto generará el mejor sabor.
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Comentarios (1)
Excelente historia y mejor acción, que bien que haya empresas así!