A la familia Sand, Shunan Teng, Carolina Levy, Ryan Hollibaugh y a todos quienes han encontrado en el té su propia aventura.

El té genera la estupenda habilidad de conectar sin escatimar en distancias, culturas, nacionalidades o palabras. Es más como sí el té hablase en su propio idioma y, en él mismo, se nos acogiera, como quién, en apenas un saludo se sintiese bienvenido.
En nuestro viaje a los plantíos de té en Argentina, más de una nación pudo experimentar esto en su forma más genuina, algunos estando desde lejos en casa y otros más, recibiendo el cálido cobijo natural de las acogedoras chacras. Llegar a @alma.anette.guaraní fue una travesía de climas y entornos naturales dibujados en hermosos cielos. Cada paso dado en nuestro recorrido, ofrecía una partitura más en la composición natural del crujir de las rocas rojas y pastos verdes resonando en nuestras suelas. No había ningún espacio en tierra Guaraní, lejos de pertenecer a esta matizada sinfonía.
Gratificante fue llegar con la familia Sand y saber que la lluvia esporádicamente nos acompañaría, pues Oberá llevaba algunos meses en sequía y, por las voces de la comunidad, podía escucharse el eco de la preocupación por los incendios que, con anterioridad, ya se habían cobrado la vida de parcelas aledañas. Por suerte, la lluvia nos daba indicios de que el clima mejoraría y la emoción al ver los campos de té vibrantes de verde, entre todos se compartía.
Habría buena cosecha y Camellia sinensis llenaba sus copas de tiernos brotes que, de vez en vez, algún insecto mordía.
Por más de seis días estuvimos procesando té en sus diferentes categorías (té verde, té blanco, té amarillo, té wulong, té rojo y una categoría adicional que nos atrevimos a llamar como Sheng Misiones), un verdadero reto fue procesar té artesanal haciendo frente a las temperaturas que, después de las esporádicas lluvias, oscilaban los 40°C.

¿Imaginas estar en una de las provincias más calientes de Argentina, procesando té al calor del fuego justo cuando el sol alcanza su altura máxima durante el día? ¡Toda una verdadera aventura!
Anticipadamente podíamos inferir el reto que suponía mantener el equilibrio en las hojas al llevar a cabo cada uno de sus distintos procesos pero, nuestra voluntad persistía y la visión comprometida en cada uno de nuestros grandes anfitriones ejemplificaba lo grandioso que puede ser cada pequeña acción en el ideal colectivo de un “manos a la obra”.
Dejar marchitar las hojas, matarles el verde, hornearlas, zarandearlas, monitorearlas al secarse e incluso al dejarlas reposar en los lugares más frescos de la chacra, fue obra misma del sencillo arte de la conciencia y persistencia de más de diez naciones unidas por el lenguaje del té; mismo que nos alentaba a hacer frente a las adversidades naturales.

Desde luego que Oberá no era China ni ninguna otra región productora de té aledaña a la gran cuna del té, pero siempre era especial tener en mente a todas las grandiosas personas que, con su trabajo artesanal, proveen el té que nutre las mesas y corazones de tantos continentes. Hacer té es una unidad titánica de propósito, en donde encontrar el mejor sabor en taza no es una cuestión de magia sino de sinergia entre el entorno natural y las hojas de té, que, siguen la continuidad de su ciclo bajo la intervención humana.
Convivir de manera cercana con los distintos sectores que coexisten dentro de la cultura del té y compartir desde los valores más intrínsecos entre el ser humano y la naturaleza, convoca a un nuevo sentido de identidad, en el que no solo los embates históricos pueden ser recordados para transmutar en la constancia de nuestras acciones, sino también, para significar aún más en la preferencia final de consumos más responsables con el medio que les rodea.

Shunan Teng metaforizaba en clase la similitud de las hojas de té con las personas, contándonos que, si bien ambas podían adaptarse de maneras diferentes al cambio, la complejidad entre ambas radicaba en la armonía de ser lo mejor de sí mismas, aún en los peores escenarios. Sin duda la sinfonía de movimientos, la danza de aromas en el flujo de las hojas y los ecos de cantos silvestres navegando en las lejanas brisas de Oberá, hoy son parte de la memoria sensorial más exquisita que, en contraparte a la perspectiva de taza, se traduce en el deseable y complejo misterio de beber un sorbo más.
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