Si bien es cierto que el té en general suele asociarse con la paz, la contemplación y la paciencia, hay algunos tés que desafían cualquier atisbo de prisa, no solo en la forma en la que se beben, sino desde el nacimiento de la planta. Es el caso de Alishan, un wulong que crece lejos del alcance fácil, a mil trescientos metros sobre el nivel del mar, en las montañas del mismo nombre. Allá el aire domina el panorama, por lo que las hojas crecen especialmente libres de la contaminación a la que el viento le prohíbe la subida. Se trata de una región popular y no obstante más joven que sus vecinas, como la que ve nacer al famoso Milky Wulong.
Mientras se espera a que el agua hierva para prepararlo, es posible advertir un ligero aroma a castañas tostadas entre las hojas secas tanto de tonos jade como de las pinceladas azules que lo distinguen también del mucho más verde Milky Wulong. Son unas bolitas apretadísimas, en las que se pueden adivinar las horas que ponen los productores para enrollar las hojas y los tallos que alguna vez tuvieron (y tendrán nuevamente, una vez que las pongamos en el agua) cinco veces su tamaño. Por ello Alishan se opone a la urgencia también cuando lo infusionamos por primera: no bastará dejar el agua unos segundos, puesto que hará falta al menos un minuto para que las hojas compactas comiencen a despertar.
El té producido en esta parte de Alishan proviene del varietal llamado Qing Xin, que podríamos traducir como “corazón verde”, lo que no viene mal para describir su esencia: un wulong de corazón verde, de bajo nivel de oxidación pero con el alma y el arrojo de los wulongs. Y, como si no quisiera que la confundiéramos con otros varietales, crece con hojas menos acolchadas que el resto, hojas en forma de almendra, con una tímida concavidad a medio camino, como el recuerdo la punta de una lanza.
Mona, dueña de Teawala, quien hace posible que Alishan llegue a Soy Té, confiesa que prefiere este té para beber diario, antes del mediodía, para concentrarse en el trabajo que le espera, por su franqueza y su limpidez. Apenas probamos la segunda infusión, entendemos a qué se refiere. Es un té fresco y también matizado, que podríamos calificar de transparente si la transparencia, antes que una cualidad visual, fuera una textura. Sus aromas vegetales y florales se sostienen a lo largo de varias infusiones, y se sostienen también, sin apremio, en un retrogusto ligeramente dulce. Beberlo da una sensación contradictoria y feliz de humildad y elegancia simultáneas, perfecto para beber solo antes de iniciar el día. A diferencia de algunos wulongs chinos, que de inmediato dejan claro su carácter, este es mucho más suave y se toma su tiempo para desenvolver sus aromas, como recordándonos que, en realidad, no hay prisa, que quizá sea buena idea conseguir un par de pastelitos de piña como los que se elaboran en Taiwán para acompañarlo, antes de sumergirse de nuevo en la velocidad del mundo.
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Escrito por Adrián Chávez
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